Recuerdo que tenía como ocho años cuando una tarde calurosa mis hermanos y yo jugábamos en el amplio patio de nuestra casa en la comunidad rural en la que vivíamos de niños, habíamos estado tristes pues se nos había perdido “Rabito” un conejo silvestre que se fue de casa ese día por la mañana, ya habíamos olvidado el incidente y jugábamos en el patio cuando algo en el cielo llamó nuestra atención, era una parvada de urracas que traían en jaque a un cotorro, lo perseguían y atacaban en el vuelo con una furia que nunca antes había visto yo en esas aves.
El cotorro trató de protegerse de ellas parándose en lo alto de las ramas de un fresno americano que había en el patio, aún así las urracas no dejaban de atacarlo, recuerdo que corrimos hacia el fresno, yo fui el primero que subió y llegué a lo alto del frondoso árbol, las urracas se asustaron al verme llegar y se alejaron de él, de un manotazo tomé al cotorro con una mano y bajé del fresno, traía sangre en un ojo, temía que lo hubieran dejado tuerto con los fuertes picotazos que le daban.
Llegamos corriendo con mi mamá y le dijimos que habíamos atrapado a un cotorro, le contamos del ataque de las urracas y de cómo llegué a salvarlo, mi madre nos dijo que lo dejáramos en una jaula mientras esperábamos que algún vecino lo reclamara, nunca nadie lo hizo, siempre tuve la idea de que venía volando de muy lejos pues nunca escuché a mis amigos comentar sobre algún loro que hayan tenido en su casa.
Mi madre a los pocos días nos comentó que le cortaría las plumas de las alas para evitar que se fuera volando, a mi no me agradó mucho la idea pero luego entendí que eso le permitiría estar fuera de la jaula y caminar libremente por la casa o estar posado en la rama de una vieja retama que había en el patio. Así fue como llegó Titino a nuestras vidas, le pusimos ese nombre porque nos gustaba ver a Carlos Neto y Titino cada que se presentaba en el programa de televisión “Siempre en Domingo” con Raúl Velazco.
Titino era muy alegre, siempre me buscaba o me hablaba por mi sobrenombre “Coque”, le gustaba mucho vernos correr en el patio de la casa siempre posado en la rama de la vieja retama, recuerdo que cuando me veía correr gritaba muy fuerte: ¡¡Corre, corre, Coque!! Eso a mi me divertía mucho, quizá me gustaba escucharlo pensando que él sentía que yo era su salvador de aquellas aguerridas urracas que lo atacaban aquel día que llegó a casa.
Un día dejamos de jugar y nos metimos a casa dejando a Titino en la retama, más tarde se vino un fuerte aguacero y nos acordamos de Titino, cuando salimos corriendo ya no estaba en el brazo de la retama, ese día me asusté mucho, pensé que había muerto o podía enfermar y morir por la fuerte mojada que se dio, lo buscamos toda la tarde y no dábamos con él hasta que ya casi anocheciendo mi hermano mayor aluzó abajo del piso de la casa y ahí estaba Titino en silencio y acurrucado con las plumas mojadas, su color no era verde, era café ahí fue cuando me di cuenta que las plumas de los cotorros cambian de color al mojarse.
Pasó el tiempo y cumplí doce años, la necesidad de seguir estudiando hizo que cambiáramos de domicilio y que yo me fuera a la ciudad a estudiar la escuela secundaria y Titino se quedó en el rancho, ahora sólo veía a Titino cada semana o cada quince días que iba al rancho, cuando llegaba a casa mi madre me decía que veía triste a Titino, que ya casi no gritaba ni jugaba y no quería comer o comía muy poco.
Recuerdo que cada que llegaba de la ciudad yo trataba de animarlo, hasta platicaba con el y le decía lo mucho que lo quería y que siempre iría a verlo, Titino sólo me miraba como si quisiera decirme algo ese día que me fui, tardé dos semanas en volver y fue cuando al llegar a casa recibí la triste noticia, Titino había muerto, no sé que fue lo que pasó sólo recuerdo que mamá me llevó a una pequeña tumba donde lo sepultaron, luego se retiró y me dejó allí sólo frente a ese pequeño montón de tierra, yo me quedé allí en el suelo tirado llorando por un buen rato.
Creo que ese fin de semana lo pasé muy triste en casa, lloraba a cada rato y no salí a jugar con mis amigos, sólo quería volver a ver a Titino de nuevo, ese cotorro que llegó un día a alegrarnos la tristeza de haber perdido a “Rabito”, quizá un día lo vuelva a ver de nuevo volando en un paraíso lleno de luz y esplendor, surcando los aires y gritándome muy fuerte: ¡¡Corre, corre Coque!!.
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